Cuando leí por primera en vez lo que Marcela Lagarde nombraba como “sincretismo de género” me sentí identificada.
Las mujeres nos movemos entre exigencias, alabanzas y reprobaciones que son función de contenidos existenciales modernos y tradicionales. La autoestima femenina derivada de este sincretismo genérico es muy compleja. Se caracteriza en parte por la desvaloración, la inseguridad y el temor, la desconfianza de una misma, la timidez, el autoboicot y la dependencia vital con respecto de los otros. Y también por la sobreexaltación y sobrevaloración en el cumplimiento de la cosificación enajenante, de la competencia rival o de la adaptación maleable. Paradojicamente, al mismo tiempo, la autoestima de las contemporáneas se caracteriza también por la seguridad, la autovaloración, la confianza en las capacidades y habilidades propias, en los saberes y en las cualidades. Destacan en este vertiente la independencia y la autonomía en varios planos. No corresponder los valores hegemónicos se concibe como valor positivo. No obstante, vivir así conduce a las mujeres a experiementar sensaciones, afectos y pensamientos de escisión, la menos en hitos claves de la vida. La composición contradictoria de la identidad de las contemporáneas hace del a autoestima un conjunto de experiencias antagónicas que producen inestabilidad emocional y valorativa, y refuerza formas de dependencia vital aun cuando los afanes personales sean por la autoafirmación. (Lagarde 2000)
¿Y qué nos dice esta reflexión? ¿para qué nos sirve (a algunas personas)?
La palabra sincretismo siempre me ha gustado mucho, desde que me la encontré en antropología. Pienso que es una de esas palabras que embellece lo que con otras se ensucia. Las mezclas cuyas consecuencias no suelen gustar, de la mano del sincretismo se vuelven algo por descubrir, algo que aporta, que se imbrica y da como resultado lo nuevo. Da la oportunidad a la belleza y al enriquecimiento.
De ahí que cuando leí sobre el sincretismo de género y debido a mi predisposición sincrética, me sintiera especialmente atraída. En mis cotidianidades se ponen de manifiesto esas escisiones entre tradición, modernidad, postmodernidad y postpost… Y claro, las contradicciones hacen que dentro de mí choquen cosas y que me cueste un tiempo y varios errores saber qué es lo que quiere mi ser.
En este proceso de descubrimiento tengo momentos en que “crakeo”. Se me une de dónde procedo (como persona socializada mujer) y a donde voy (como persona humana, en estos momentos feminista, amiguista, sororista, empatiaista, …ista). Así que hay escenas en mi vida en las que todo se vuelve gris y los truenos y relámpagos salen de mi cuerpo, impactando a toda aquella persona que en esos momentos esté participando de la escena.
Cuando analizo, veo que el mayor porcentaje de estas escenas se da con personas que para nada se han puesto las gafitas violeta, ni siquiera las que dan por los ayuntamientos. Entonces puede ocurrir que, en una escena cotidiana relacionada normalmente con tareas del hogar, remuneración por trabajo, espacios y usos del tiempo, salga la tormenta. Ahí, en esos momentos aparece la idea de “la histérica”. hí, en esos momentos aparece la idea de “la histérica”. “Pero ¿por qué te pones así de histérica?, si no es para tanto”, “ya lo estás exagerando”, “si por esto te pones así de histérica…”. . Cuando esa palabra sale, se me mueven las entrañas, me acuerdo de Freud y de todos los estudios que las feministas han hecho sobre esto, me acuerdo de los privilegios, de todo el trabajo que hago conmigo misma para estar feliz y contenta en un mundo en que me lo pone complicado por tener coño, etc, etc. Todo eso está dentro hirviendo y sale, a presión.
Estos estallidos no son de histerismo, son de sincretismo. Es el proceso de creación y de contradicción que vivo en mi interior. Porque se me exige y me exijo, porque no he aprendido (todavía no del todo) a cómo manejar todas estas cosas nuevas y lo viejo está muy arraigado. Porque he de ver para qué me sirve lo viejo y lo nuevo, y a partir de ahí ir escogiendo y dando forma a lo que está dentro y quiero que salga.
Aun así, en este sincretismo, hay una parte que reclama a La histérica. Hay una parte de mí que quiere a la histérica, forma parte de mi ser, de mi historia, de la historia de las que me precedieron. Personajas que a lo largo de la historia han sido marcadas negativamente y que todavía están presentes, pues a algunas personas nos poseen en ciertos momentos. Por lo tanto, quiero darle su lugar.
Ante esta reclamación sincrética, en próximos días le daremos el espacio a La histérica.
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Lagarde de los Rios, Marcela (2000). Claves feministas para la autoestima de las mujeres. Madrid: Horas y horas.